Del nuevo Camp Nou solo me interesa que en junio de 2026 esté terminado, que sea el mejor estadio del mundo y que las obras se ajusten al presupuesto. A partir de aquí, si volvemos dos meses antes o después a jugar con el 60% del aforo, sin la tercera grada y con las incomodidades de las obras es lo de menos. Incluso me resbala el trilerismo de calendario al que la directiva ha jugado hasta ahora. “Si no hay una pandemia o una catástrofe mundial, estaremos aquí el 29 de noviembre de 2024”. La frase es de la vicepresidenta Elena Fort a Mundo Deportivo justo hace un año. Por suerte, no ha habido ni pandemia, ni ha llegado el fin del mundo.
Las palabras, en el Barça actual, se las lleva el viento. No pasa nada. Saben que no tiene coste. Ayer el club anunció lo que ya estaba cantado: que no se volverá a casa, como mínimo, hasta mediados de febrero. Insisto, ya estaba anunciado desde hace muchos días. Los responsables del Espai Barça, Joan Sentelles y Elena Fort, dijeron (7 de octubre) que no se mantendrían abiertos Montjuïc y Camp Nou a la vez. Sabiendo, además, que la UEFA obliga a jugar toda una fase en un mismo estadio, la conclusión era clara: como mínimo hasta el encuentro ante el Atalanta (29 de enero) se jugaría siempre en Montjuïc. Ojalá a mediados de febrero estemos ya en casa. Y si no, en marzo.
De la gestión de Joan Laporta, de la reiterada falta de transparencia y de las medias verdades, la que menos duele es la del regreso al Camp Nou. Al final, el verso libre del vicepresidente Antonio Escudero, el directivo cantarín, fue quien dijo lo que será: que era “inviable” volver antes del mes de marzo y recibió un tirón de orejas. Guste o no, al final la verdad se impone.
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