Una sociedad disfrazada es una sociedad mutilada de alegría, identidad y cultura. Hemos sido una sociedad engañada por falsos redentores y salvadores de la patria
@ovierablanco
La caracterización de personajes históricos, el deseo de encarnar otras personalidades, otras realidades, de habitar otros espacios u otros tiempos es parte de la esencia humana. Cuánto anhelo por ponerse en la piel de otredades permanece oculto o si acaso presente pero contenido en el imaginario de cada ser humano.
Camilo Retana, investigador, filósofo y profesor costarricense, nos aproxima al desafío de “destapar” nuestro yo. Aquellas búsquedas conscientes o inconscientes que hacen parte de nuestra cultura, porque a través del modo como observamos, como absorbemos nuestro conocimiento y experiencias [protología], es como construimos nuestros más profundos deseos, nuestros más profundos sueños, pero también nuestros miedos más íntimos.
El libro Enseres: esbozos para una teoría del disfraz, de Retana, abre un boquete interesante en ese difícil proceso de confesarnos culturalmente. En él se deshilachan las costuras más íntimas del pensamiento humano. Demos una pequeña vuelta imaginaria, o de pronto real, que nos permita una aproximación a nuestros propios disfraces. Si me permiten esta provocación, los invito a que descifren sus fachadas políticas, sociales y culturales.
El disfraz en la política: la máscara de poder y manipulación
La política es en muchos sentidos un escenario donde los actores se visten con roles, discursos y actitudes que buscan atraer el apoyo popular. A menudo los líderes políticos construyen una imagen cuidadosamente calculada para ganar el favor del electorado, tomarse la foto victoriosa pero artificiosa, ocultando o suavizando aspectos de su verdadera naturaleza o intenciones. El tema es que la sociedad lo tolera y lo vota. ¿Somos tan felices como lo hacemos ver en Instagram o TikTok? ¿Cuántos políticos se presentan como realmente son? ¿Cuántos de nosotros somos lo que somos y no lo que pretendemos ser?
Este “disfraz” no solo se refiere a las estrategias comunicacionales o promesas de campaña, sino también a la capacidad de moldear percepciones, tanto en lo doméstico como en lo internacional, con fines de manipulación. En este ensayo, exploramos el concepto del disfraz en la cultura política como fenómeno clave en la historia del poder, analizando cómo y por qué los políticos recurren a él, y qué impacto tiene sobre la confianza ciudadana y la legitimidad de las instituciones democráticas.
El uso de la retórica es uno de los principales “disfraces” que los políticos emplean. Discursos y promesas de campaña diseñados para resonar con ciertos sectores de la población, que a menudo se distancian de la realidad política o de las verdaderas intenciones del candidato. ¿Cuántas promesas hizo Chávez, cuántas misiones y programas de reforma social o económica que acabaron en contenedores podridos, obras inconclusas, redes hospitalarias fantasmas o tratados con Cuba? Lo sucedido en Venezuela en los últimos 5 lustros es el ejemplo más doloroso del cambio que no llegó, de una fractura social evitable y de un gesto frustrado de redención. ¿Quién representa hoy ese sentimiento de reconciliación impostergable?
Muchas veces dudo si realmente queremos reencontrarnos socialmente, culturalmente. Al parecer nos gusta seguir disfrazados de demagogia y embriagados por el hombre de poder. Y no consigo explicar por qué aún no salimos de tanta comparsa.
Hugo Chávez: de Páez a Maisanta y Juan Vicente Gómez
Leonardo Gell, comentando el libro de Retana, nos dice: “Las artes y la filosofía nos han permitido establecer esa conexión perdida en estos tiempos con nuestro propio ser social, nuestra esencia”. Habría que agregar que la historia es parte indiscutible de ese andamiaje conector.
Revisemos un poco de quién se intentó disfrazar Hugo Chávez. Si queremos hacer un ejercicio retrospectivo del atuendo que se puso el pretendido comandante, es inevitable dibujar el hombre a caballo y carabina, también pelotero y coplero. Uniformado entre gorras y sainetes, el disfraz es complejo pero previsible. Inevitable ubicarlo en una multiplicidad de caras, actitudes y caracteres que en esencia no generan un ser auténtico sino una figura de muchos enseres. Es como ese personaje de Hollywood, Joker [o Guasón, como le conocemos] donde al decir de Gell, su máscara simboliza denuncia, desquite y resistencia. Ese Chávez que vive, que te mira, que trasciende a través de imágenes y utensilios propagandísticos, comporta un traje cultural que vale la pena deshojar.
Nuestro Guasón criollo es una mezcla de varios desprendimientos y atavismos culturales. Sin duda quiso personificar la heroicidad de Bolívar y revivir su propia épica emancipadora. A ratos asumía un toque de Páez si se trataba de ser nacionalista y conservador; de Zamora porque también le gustaban los harapientos y la imagen del hombre de machete y caña; de Guzmán Blanco por su afán por los ornamentos o de Falcón por pendenciero.
El gran antifaz fue el Cabito Cipriano Castro por su afán desafiante contra empresarios y potencias extranjeras, que despliega ese giro restaurador de resistencia frente al imperialismo, llegando al propio Gómez a quien retó por ser el tataranieto materno de Maisanta. ¡Vean ustedes cómo, paralelamente, se concibe no todo aquello que aquel personaje anhelaba, sino la representación de lo que nosotros mismos anhelamos como sociedad! Porque a decir de Gabriel García Márquez, nuestra fascinación por los hombres de poder es lapidaria. Entonces a través del artilugio de la personificación del caudillo seguimos siendo una sociedad embelesada por el hombre a caballo, que nos encandila y nos atrapa.
El tema es cómo despojarnos de esos atuendos y quitarnos el “disfraz”. De sacudirnos el hechizo del caudillo nos ancla en una falsa ilusión. Chávez llegó cuando muchos aclamaban por otro mesías, otro generalote. Y no hablo solo de las clases populares… Fue la insurrección contra la política. La cachucha y las charreteras contra la Constitución, antipolítica que nos conducirán a otra fiesta, a otro carnaval, a otro “orden”. Y, como todo disfraz, la realidad se hizo presente, sin máscaras, sin serpentinas y sin caramelos. ¿Lección aprendida?
De los alacranes a María Corina y Edmundo González
La impostura es otro de nuestros retratos. Porque el disfraz es –justamente– la piel que habitamos (Pedro Almodóvar dixit). En Venezuela nos encanta “el poseído”, el elegido, el hombre nuevo que se trajea a la medida del género, el fetiche, el machote, el cerote [guapo y apoyado] o incluso, el Robín Hood, que aun siendo malhechor lo convertimos en una gran celebridad de Estado.
Gell, comentando a Retana, dio en el clavo: “¿Por qué no asumir que los enseres-poseídos [nuestras apariencias] son aquellos que utilizamos cotidianamente en nuestros roles sociales mientras nuestro propio ser se asemeja más a otros estadios o realidades? […] ¿Qué pasaría si llegamos a normalizar nuestros disfraces como una idealización del yo que no somos a ciencia cierta? ¿Somos capaces de reconocerlo o aún no despertamos de esa ilusión?”. ¿Las redes sociales nos han convertido en quienes somos o en quienes queremos ser o aparentar? ¿Normalizamos el disfraz?
¿La Venezuela que desea cambio, realmente está dispuesta despojarse de toda representación tartufa [Moliere], impostora, alacrana, corrupta, de apariencia justiciera y libertaria?

Dictaduras y sus cómplices
Una sociedad disfrazada es una sociedad mutilada de alegría, identidad y cultura. Hemos sido una…
María Corina es auténtica. Es genuina. Es la representación de esa otra Venezuela que pretende otro apóstol. Ella deja descansar en paz a Bolívar et al. Ni obedece, ni es producto de un artilugio cultural. Es la representación de lo más natural: la madre que ama y protege a sus hijos.
Su liderazgo ha emergido del rechazo a los enseres que construyen las fauces populistas, mesiánicas, del hombre a caballo. María Corina es la mujer que quiere cerrar tratos con Bill Gates, Elon Musk, Boyan Slat o Jennifer Doudna [premio nobel de química]. Su visión es un salto a la modernidad, el derrumbe del Estado interventor, docente y castrador. Pero, ¿estamos preparados para renunciar a la banalidad y salir “a la calle” sin disfraz, sin pretender hacer de ella una Josefa Camejo? Golda Meir, Angela Merkel, Margaret Thatcher, Indira Gandhi, Benazir Bhutto o Ellen Johnson Sirleaf [primera jefe de Estado de Liberia] si algo no exhibieron fue disimulo…
El alacranato es una expresión supina del disfraz en la política. Individuos disfrazados de opositores que cambiaron la dignidad del pueblo por resolver su propio estatus. Con el atuendo de habitar un planeta [correctamente] o pertenecer a nuestra misma especie, los deslizaron como pulpos por las huestes de la tiranía, para cohabitar con sus carnavales, rituales y fiestas. Por más que deambulan a través de las tradiciones de poblados y ciudades, evidencian esa necesidad humana, vicio agregaríamos, de manifestarse a través del disfraz con el propósito de encarnar esas otredades deseadas [otro comandante más] en tiempos de represión irredenta. En realidad, son tartufos, expresión nociva de nuestra tragedia cultural.
El amigo Edmundo se marchó
Es verdad que a nuestra causa restauradora conviene más un Edmundo libre [en Europa] que preso [en el Helicoide]. Sin embargo, disculpen la provocación: ¿viste Edmundo algún disfraz?, ¿es la representación genuina y sólida de cambio que demanda el momento? ¿Viste de Medina, Betancourt, Leoni, Caldera, Jóvito, Pérez o de Ruiz Pineda o de Diógenes Escalante? Edmundo ha demostrado que sabe escapar de sus depredadores. Ojalá no escape de su investidura. Hasta ahora lo que hemos visto de él luce genuino, noble, decente. Nos gusta.

Es tiempo de hacernos muchas de estas preguntas. Mientras sigamos disfrazados de ciudadanos, es difícil pedirle a otro que se vista de lobo o de león para que nos custodie el camino y nos lleve al molino. Es momento de despojarnos de esos enseres: esbozos de una teoría del disfraz, donde hay una delicada distancia entre la causa y la voluntad con antifaz.
Chávez no se hizo solo. Fue un disfraz que se colocó en una carroza a la que muchos le pedían cotillón. La cultura política del disfraz es muy peligrosa. Sigue viva. Por lo pronto, he decidido de desvestirme de ciertas ataduras como opinador. Una de ellas es develar mis miedos más profundos, que es estar a la altura del momento histórico sin disfraz. Parece que María Corina lo está. El resto no lo sé… Y se acabó la unidad en PJ, queremos depender de Black Waters o “pasar la página” a elecciones regionales. Así estamos. Falta preguntarse: ¿de qué visten los militares?
Este ensayo sobre “el disfraz en la política” explora cómo los líderes y actores políticos a menudo recurren a la construcción de una imagen pública o narrativa que no necesariamente refleja sus verdaderas intenciones, creencias o capacidades. Este “disfraz” puede interpretarse de forma literal, como una fachada creada mediante la retórica, las promesas y la manipulación mediática; o, más simbólicamente, como una estrategia política donde se adoptan personajes o discursos que resulten atractivos para distintos grupos de votantes o audiencias, mientras que la realidad de sus acciones y motivaciones es diferente.
Las consecuencias del disfraz en la política es que los engañados y manipulados terminan perdiendo la confianza en las instituciones que se erosiona, irremisiblemente. Una sociedad disfrazada es una sociedad mutilada de alegría, identidad y cultura. Es como el payaso que vende sonrisas cuando llora por dentro. Hemos sido una sociedad engañada por falsos redentores y salvadores de la patria. El compromiso es entender cuando estamos en presencia de un disfrazado para impedirle que habite nuestro ser, arrebate nuestros anhelos y nos deje en la anomia, sin confetis, sin himnos, sin banderas… y sin país.
vierablanco@gmail.com
Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es
Noticias en Maracaibo
NOTICIA DESDE: AQUI
CON LA NOTICIA PRIMERO!